Desde que era un niña, me acostumbre a el.
La funeraria de papá está arreglada con muchos tipos de flores: rosas, tulipanes, lilas, geranios, girasoles, incluso lirios.
Pero cuando alguien llegaba a velar a un difunto, allí, en ese cuarto, color café, muy frío, de largas cortinas negras y espectaculares floreros…
En los floreros, en esos enormes floreros metálicos que con el tiempo se fueron haciendo pequeños, o tal vez yo crecí… o los cambiaban con el tiempo. En fin, en ellos, colocaban brazados gigantescos de nardos; esas flores blancas, con aspecto a cera, pero que tienen un olor muy particular, que yo adoraba.
Siempre se ha dicho que por la curiosidad muere el gato y yo siempre fui curiosa. Sabia que una vez que olía nardo, alguien estaba en la planta baja, en una caja, rodeado de flores velas y llantos.
Desde entonces miraba los rostros de todos los que morían en el pequeño pueblo donde yo vivía.
Con el tiempo yo enfermé. Ya no salía de la casa y me regalaron a Popí, un maltés de 6 meses. Pasaba los días encerrada en cualquier habitación de mi casa. El olor a nardo llegaba cada 2 o 3 meses y con el tiempo se hizo más regular.
Una mañana, el olor a nardo fue tan intenso que me despertó inmediatamente. Yo, como toda niña curiosa, baje a mirar de quien se trataba, pues no había olido tal intensidad de esa esencia de nardo tan exquisita.
Conocía a la mayoría de los que se hallaban, allí, tío Manuel, tía Lucia, papa Saúl, abuela Irma, primo Andrés y mamá…
Pero no comprendía el motivo de sus lágrimas.
Sin preguntar me acerque a la caja balance, rodeada de nardos, subí al banquito junto a la mesa cubierta por el paño de ánimas, me asomé y allí hallé…
Mi propio rostro…¶
Karen Asura se incorpora como cuentista. Espero que os guste.
Recordad que hay más cuentos de otros autores, cada cual con sus particularidades.